La existencia de la violencia en América Latina ha tenido dos explicaciones centrales. La primera perspectiva explica el fenómeno por los desajustes propios de la modernización (industrialización y urbanización). La disolución acelerada de mecanismos de protección y control social generarían condiciones para un incremento de la violencia. La disociación entre realidad (pobreza) y expectativas llevaría a incentivar la delincuencia y la violencia social. Una segunda se detiene en las condiciones de socialización, esto es, las formas en que determinados grupos interactúan, la institucionalidad y culturas predominantes (Fuentes, 2011).
Por primera vez en décadas, en los países de América Latina, la delincuencia ha desplazado al desempleo como preocupación de los habitantes. Durante la última década los homicidios crecieron de manera sostenida en América Latina. Mientras que el 2000 esa tasa llegó a 20 homicidios por 100 mil habitantes, el 2008 esa tasa llegó a 26, con un promedio de 22 para el período 2000-2008. En México y Centroamérica, y en el área andina, la tasa promedio fue de 27; en tanto que el Cono Sur fue solo de 9. El triángulo norte de América Central -Guatemala, Honduras y El Salvador-, con tasas promedio para la última década que oscilan entre 40 y 50 homicidios por cada 100 mil habitantes, las más altas de la región, junto con Colombia y Venezuela.