Desde mediados de mayo, el país experimentó el surgimiento y desarrollo de un movimiento feminista y estudiantil, que marcó pautas de gobierno, noticiarios y las conversaciones de muchos chilenos y chilenas. Sin embargo, ¿qué quedó instalado de esas demandas?

Durante la primera mitad de este año, distintos establecimientos educacionales vieron cómo en sus aulas y pasillos se desarrollaron conversaciones cuestionando la cultura machista, que luego derivaron en denuncias formales de discriminación, acoso y abuso contra mujeres. Estudiantes, funcionarias y profesoras consideran al feminismo como un referente para este diálogo, que no busca excluir a los hombres, sino abogar por la igualdad de género, elemento central para la construcción de una sociedad más justa. 

En el curso de la movilización, iniciada con la toma feminista en la Universidad Austral y replicada luego a lo largo del territorio nacional, se ha convocado a las mujeres a foros, conversatorios, jornadas de protestas y marchas. Esta movilización se puede comparar al movimiento estudiantil de 2011, el cual es una demostración reciente de la posibilidad de los movimientos sociales de incidir en un cambio de paradigma, a nivel de la opinión pública y en las políticas locales y estatales. La ola feminista de este año se enmarca en una continuidad histórica de las demandas estudiantiles en Chile. Pero así como tuvimos que definir lo que sería la “gratuidad” durante las protestas de 2011, ahora debemos hablar sobre qué significa una “educación no sexista”. Definirla es el punto de partida para visualizar el camino a seguir para alcanzarla.

Primero que nada, conviene recordar que el derecho a una educación No Sexista se encuentra resguardado en la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la Mujer, ratificada por Chile en 1989. En su artículo 10, prescribe una serie de medidas en relación a la no discriminación, y explicita con claridad: “La eliminación de todo concepto estereotipado de los papeles masculino y femenino en todos los niveles y en todas las formas de enseñanza“. ¿Será que aún no hemos adecuado nuestra educación al estándar internacional indicado anteriormente?

En efecto, el movimiento feminista sigue reclamando mecanismos para promover el acceso igualitario a la educación y combatir los estereotipos dañinos de género, a través, por ejemplo, de la superación del androcentrismo en los textos escolares y en la orientación del conocimiento, y la implementación de programas de educación sexual que vayan más allá del esencialismo biológico. Si las mujeres defienden la mixidad sexual en espacios educativos, esa mixidad debe ir de la mano con la generación de espacios seguros, libres de comentarios machistas, homófobos y transfóbicos. De momento, se le ha dado prioridad a la implementación de acciones preventivas y creación de protocolos claros ante denuncias de violencia sexual dirigidas hacia estudiantes, funcionarios o docentes.

Frente a esta situación, ¿cómo se posiciona la opinión pública? Según los resultados de la encuesta Cadem del 22 de mayo, el 71% de la población chilena estaba de acuerdo con la movilización feminista. Sin embargo, un mes después, la misma encuesta indica que el movimiento ha perdido 25 puntos de aprobación, bajando a 46%. Además, las tomas en universidades y colegios están suscitando cada vez más rechazo: en efecto, un 73% de las personas aparecen en desacuerdo con esa forma de movilización, la cual es discutida incluso en el propio movimiento feminista-estudiantil. Replegarse o sostener las iniciativas actuales, en particular las tomas de establecimientos educacionales, es una decisión cuyas consecuencias no están todavía claras.

¿Cómo seguir con las tomas, a pesar de las amenazas de perder el año académico? Pero, ¿cómo dejarlas cuando no se han alcanzado los objetivos, considerando el desgaste que implica sostenerlas? Aun cuando el Ministerio de Educación abrió una mesa de trabajo, y varias universidades estatales anunciaron reformas curriculares para avanzar en la educación no sexista, surge al interior del movimiento la pregunta de si esos cambios serán suficientes para lograr la no invisibilización y no discriminación del sexo femenino e identidades distintas a la hegemonía masculina. Encontrar una respuesta colectiva satisfactoria, que no signifique una derrota histórica a la movilización estudiantil, es el desafío que enfrenta actualmente el movimiento. 

Al momento de propiciar el diálogo de la ciudadanía respecto a esta temática, la sensación de polarización a la que nos lleva el binarismo sexual puede ser perjudicial. La tan naturalizada diferencia entre hombres y mujeres lleva a algunos a equiparar, erróneamente, machismo y feminismo, cuando lo que demanda el movimiento es precisamente la abolición de las prácticas derivadas de esta dicotomía. 

Uno de los gritos de las marchas es “se necesita de forma urgente una educación feminista y disidente”. La disidencia es separación, pero en este caso no se trata de un alejamiento de mujeres y hombres, si no de distanciar nuestra visión y nuestros actos del enfoque sexista.

Senead Barrera Trabol
Laura Délano Pizarro
Camille Huriaux Quesada

Pasantes Fundación Henry Dunant